Mi Barcito
Por Alejandro Vitelli
Llega el mediodía y me encamino por Tronador hacia la Parrilla MI BARCITO. Allí me encuentro con gente algo mayor que yo. Hombres que se refugian con soltura en la bebida y los exquisitos guisos. Olvidan por un momento sus rutinas y hablan de las cuestiones del momento. “Marcelo una promo vacío”, se escucha por lo bajo. Marcelo es el encargado del bar. Sus pelos enrulados salen furiosos en medio del humo de la parrilla. Su mirada no es la de un hombre relajado, él sabe de trabajo y se lo nota, muchas veces, extenuado. En la barra los comensales se deleitan con las carnes cocidas por Carlitos. Oscar se encarga de elaborar las papas fritas y ensaladas y Alberto es el comodín del boliche. El fútbol, alguno que otro chiste y las jodas de los conocidos de siempre. El vino comienza a hacer estragos. “Que sean dos vasos”, ruega un parroquiano algo robusto y de pronunciada calvicie. Marcelo hace una cuenta mental y debe volver a sumar luego de que Alberto lo interrumpe con una pregunta gastronómica. “Son 15 con 30”, dispara convencido el atareado encargado. “¿Qué pasa Carlitos?”, pregunta con sorna Romero, un habitual cliente del bar que no para de hacer bromas con el parrillero. Así es el lugar a la hora del almuerzo, todo tiene un tinte pintoresco con la presencia de los trenes que entran y salen de la estación Saavedra. Muchos optan por pedir un choripán y degustarlo en las plazas del barrio. La mayoría se queda apoyado en la bendita barra de acero, como imantados, enamorados. Es un boliche distinto, para ir con amigos, para cortar la jornada laboral. Siempre es bueno juntarse con gente que necesita algo más que un plato de comida. “¡Te cobrás Marce!”, le ruego con el billete en la mano y me dispongo a cruzar las vías para caminar nuevamente hacia la oficina.
Por Alejandro Vitelli
Llega el mediodía y me encamino por Tronador hacia la Parrilla MI BARCITO. Allí me encuentro con gente algo mayor que yo. Hombres que se refugian con soltura en la bebida y los exquisitos guisos. Olvidan por un momento sus rutinas y hablan de las cuestiones del momento. “Marcelo una promo vacío”, se escucha por lo bajo. Marcelo es el encargado del bar. Sus pelos enrulados salen furiosos en medio del humo de la parrilla. Su mirada no es la de un hombre relajado, él sabe de trabajo y se lo nota, muchas veces, extenuado. En la barra los comensales se deleitan con las carnes cocidas por Carlitos. Oscar se encarga de elaborar las papas fritas y ensaladas y Alberto es el comodín del boliche. El fútbol, alguno que otro chiste y las jodas de los conocidos de siempre. El vino comienza a hacer estragos. “Que sean dos vasos”, ruega un parroquiano algo robusto y de pronunciada calvicie. Marcelo hace una cuenta mental y debe volver a sumar luego de que Alberto lo interrumpe con una pregunta gastronómica. “Son 15 con 30”, dispara convencido el atareado encargado. “¿Qué pasa Carlitos?”, pregunta con sorna Romero, un habitual cliente del bar que no para de hacer bromas con el parrillero. Así es el lugar a la hora del almuerzo, todo tiene un tinte pintoresco con la presencia de los trenes que entran y salen de la estación Saavedra. Muchos optan por pedir un choripán y degustarlo en las plazas del barrio. La mayoría se queda apoyado en la bendita barra de acero, como imantados, enamorados. Es un boliche distinto, para ir con amigos, para cortar la jornada laboral. Siempre es bueno juntarse con gente que necesita algo más que un plato de comida. “¡Te cobrás Marce!”, le ruego con el billete en la mano y me dispongo a cruzar las vías para caminar nuevamente hacia la oficina.
HOla ! te encontré por los comentarios de LNOL. muy buen blog. Y si de parrillitas se habla, te recomiendo el de Alvarez Thomas pasando apenas Av de los Incas. Se llama Charly, no cierra jamas..atienden bien , barato, buena parrilla.Voy a ir al de Tronador. Que tengas feliz año !
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